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La carga en los sistemas de salud que dejará la COVID-19

Luisa joven de 25 años es atleta, cinta negra de karate, y hasta antes de padecer COVID-19 en diciembre pasado, no sufría ninguna comorbilidad. A pesar del aislamiento social había logrado mantenerse en forma desde casa, sin embargo, a fines de diciembre de 2020 se contagió sin saber cómo. Casi no tuvo síntomas: ligero dolor de cuerpo y cabeza durante una semana, también perdió el olfato y el sentido del gusto, pero solo eso.

Sin embargo, a pesar de ser joven y de ser casi asintomática, a más de cinco meses de distancia el coronavirus le ha causado estragos. “Me canso rápidamente y me cuesta trabajo respirar cuando hago ejercicio; tan solo al subir escaleras siento que me falta el aire”, comenta.

Como ella, millones de personas que sobreviven a los síntomas severos y graves de la enfermedad pandémica e incluso aquellas que la sufren con intensidad moderada o sintomática se enfrentan, muchas veces, a un padecimiento de largo plazo.

Y es que el coronavirus no solo ha tenido un altísimo costo en vidas humanas con más de tres millones y medio de personas fallecidas hasta el día de hoy en todo el mundo, sino que sus efectos continuarán de manera prolongada, pues dejará una larga secuela en una buena parte de los 170 millones de personas que han padecido la enfermedad en todo el planeta.

Los investigadores Andrew Briggs, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, Reino Unido, y Anna Vassall, de la Universidad de Amsterdam, Holanda, sostienen, en un artículo publicado en la revista Nature, que en el mediano y largo plazos las consecuencias de la COVID-19 significarán una carga extra del 30% en los sistemas de salud.

Tan solo en el Reino Unido una de cada cinco personas que fueron hospitalizadas con la enfermedad desarrolló una nueva discapacidad después de recibir el alta médica. Esto implica un amplio impacto social y económico en diversos sectores.

A diferencia de Luisa, quien solo requerirá terapia pulmonar por algunos meses, otras personas que padecieron cuadros graves o tenían alguna enfermedad preexistente se enfrentan a efectos aun más graves y duraderos en su salud que van desde accidente cerebrovascular hasta la diabetes y enfermedades cardiovasculares. Es ya una crisis de salud duradera.

la pérdida duradera de la salud también debe ser contada. Sin las métricas adecuadas podremos ver, comprender y responder a solo una fracción del problema.

En ejemplo de las secuelas se reportó en una investigación publicada en la revista Nature Metabolism, de septiembre pasado: Se descubrió que la infección por SARS-CoV-2 puede dejar secuelas en el páncreas que posteriormente ocasionan el desarrollo de diabetes, enfermedad metabólica crónica e incurable.

Aunque son pocos los casos documentados, los hallazgos sugieren que el nuevo coronavirus afecta negativamente la función del páncreas, el órgano que controla los niveles de azúcar en sangre. Infecta las células beta pancreáticas humanas a través del receptor llamado enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2).

El médico alemán Matthias Laudes y sus colegas analizaron a un paciente joven de 19 años que ingresó de emergencia al Centro Médico Universitario de Schleswig-Holstein, Alemania. Tenía fatiga anormal, agotamiento, sed excesiva y micción frecuente. Había perdido 12 kilogramos de peso en siete semanas.

Las células pancreáticas desempeñan un papel clave en la producción de insulina y se sabe que la ACE2 es vital para la función de las células beta, pero los investigadores observaron una pérdida de la función de estas células en el joven y fue diagnosticado con diabetes insulinodependiente, luego de recuperarse de una infección asintomática por SARS-CoV-2. Así que las personas asintomáticas no están libres de efectos.

En el Reino Unido una de cada cinco personas que fueron hospitalizadas con COVID-19 desarroll´ó una nueva discapacidad después de recibir el alta médica.

Subestimado el impacto de la pandemia

Los investigadores sostienen que contabilizar solo las muertes y contagios subestima el impacto de la pandemia en la salud de las poblaciones y las naciones, particularmente entre aquellos con condiciones preexistentes y entre los más jóvenes.

Mientras contamos las devastadoras pérdidas de COVID-19 –de seres queridos, trabajos, comunidades, seguridad–, la pérdida duradera de la salud también debe ser contada. “Sin las métricas adecuadas podremos ver, comprender y responder a solo una fracción del problema”, indican los científicos Briggs y Vassall en el artículo.

Se requiere una imagen mucho más clara de la carga que implica la enfermedad y para ello proponen el uso de métricas que reúnan todas las consecuencias del SARS-CoV-2 en la salud. Plantean utilizar dos métricas para captar una comprensión holística (enfoque que utiliza una visión integral y completa en el análisis de una realidad) del impacto de las enfermedades: Una es medir los años de vida ajustados por discapacidad (AVAD) y, la otra, los años de vida ajustados por calidad (AVAC).

Un AVAD representa un año de vida saludable perdido debido a una enfermedad, discapacidad o muerte prematura; un AVAC equivale a un año de perfecta salud. Este enfoque permite diseñar las políticas correctas a la hora de implementar las medidas para enfrentar al coronavirus y, eventualmente, otras enfermedades y epidemias futuras.

Los investigadores expertos en economía de la salud, utilizaron estas métricas para comprender la carga mundial de morbilidad y comparar los efectos de la prevención, el tratamiento y la acción social, en diferentes enfermedades, epidemias y pandemias. Recientemente, utilizaron estas métricas para calcular que una muerte por COVID-19 resulta en alrededor de 5 años AVAC perdidos en promedio.

Los AVAD y AVAC son utilizados por organismos multilaterales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Banco Mundial, grandes empresas de seguros y gobiernos, para comprender la carga de la COVID-19 y otras enfermedades a nivel mundial, tomando en cuenta que la salud comprende nuestras actividades sociales, mentales y el bienestar físico.

Recientemente, utilizando una medición similar, un equipo de científicos encabezados por Héctor Pifarré i Arolas, de la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, calculó que hasta enero de 2021 se habían perdido más de 20 millones 500 mil años de vida en todo el mundo.

En el estudio publicado en Scientific Reports, determinaron los años de vida perdidos por la diferencia entre la edad de un individuo al morir prematuramente por el coronavirus y su esperanza de vida promedio. De esa cifra, el 44.9% ocurrió en personas de entre 55 y 75 años; el 30.2% en personas menores de 55; y el 25% en personas mayores de 75.

El 6% de la población mundial vive con dos o más comorbilidades que los ponen en alto riesgo de muerte o discapacidad por COVID-19.

Análisis complejo para políticas públicas

Este enfoque propone analizar la complejidad del impacto de la pandemia en la salud pública como herramienta fundamental para evaluar las posibles respuestas políticas y sociales.

Para ejemplificar la utilidad de estos indicadores Briggs y Vassall analizaron la carga que ha significado la COVID-19 en dos países muy distintos como Pakistán y Reino Unido: Su comparación indica que una nación de bajos ingresos con una población predominantemente joven podría quedar con un legado de enfermedad aún mayor entre las personas en edad de trabajar que una nación de altos ingresos con una población mayor.

Tiene aún más impacto en países de ingresos bajos y medianos como Pakistán, donde el presupuesto en salud es de solo $15 dólares estadounidenses por persona, y permite estimar el impacto de la vacunación contra la COVID-19 cuyo costo de administrar dos dosis de vacuna es de $3.15 dólares por persona, y el precio de la propia vacuna es de $10 dólares. De este análisis se desprende que no hay presupuesto que alcance y de ahí el papel clave que tiene el desarrollo de vacunas propias, ya que se tendrá que mantener el suministro del medicamento en los próximos meses y años.

Los investigadores señalan que el 6% de la población mundial vive con dos o más comorbilidades que los ponen en alto riesgo de muerte o discapacidad por COVID-19, por lo que los análisis con AVAC y los AVAD pueden ayudar a los gobiernos a planear y coordinar intervenciones dirigidas a tales grupos.

Asimismo, la atención de las personas con otras enfermedades como la diabetes, tuberculosis o VIH requieren incrementos presupuestales sustanciales a nivel mundial, pero si no hay un claro análisis de todos los factores involucrados y los escasos recursos disponibles, se podría empeorar el bienestar general.

De ahí la importancia de contar con mejores medidas de carga de morbilidad que ayuden a mapear el impacto de COVID-19 en comunidades vulnerables y que midan la mala salud, la discapacidad, el estigma, la desigualdad y la pobreza que interactúan con el coronavirus y que dejarán secuelas para los próximos meses y años en centenas de miles o millones de personas en todo el mundo.

Esta nueva herramienta contribuye a planear la manera de enfrentar la carga extra para los sistemas de salud por las secuelas de la pandemia en los próximos años, sin embargo, en una sociedad necesitada de políticas públicas de salud eficientes como en México, es un tema ignorado y minimizado, aún en periodos electorales por los políticos.

 
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