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domingo, abril 28, 2024
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Más de 50 mil muertos

Hemos rebasado la fatídica cifra de las 50 mil personas que han perdido la vida por la pandemia de COVID-19. Pérdidas humanas que han enlutado y cubierto de dolor a miles de familias mexicanas.

Hasta hoy, viernes 7 de agosto, van 50 mil 517 muertes y 462 mil 690 casos, y la curva no se aplana, el virus no se doma.

Funesta cifra oficial de la Secretaría de Salud del gobierno federal que, todos sabemos, se basa en registros subestimados, mal contados.

El mismo responsable de la lucha contra la pandemia en el país, el subsecretario de salud, Hugo López-Gatell, ha reconocido que las cifras son, cuando menos, tres veces mayores. En tal caso, tendríamos el terrible número de entre 150 mil y 200 mil fallecimientos. La mayoría de ellos han perecido en medio del olvido y la indiferencia de funcionarios.

El coronavirus ha puesto de cabeza al mundo, pero se ha ensañado con México.

Ocho meses después de infectar por primera vez al ser humano, el nuevo coronavirus sigue sin ser comprendido del todo por la comunidad científica internacional. Ha resultado más complejo, peligroso y letal de lo que se había imaginado. Y todavía no tenemos armas contra él.

Ocho meses después de infectar por primera vez al ser humano, el nuevo coronavirus sigue sin ser comprendido del todo por la comunidad científica internacional. Ha resultado más complejo, peligroso y letal de lo que se había imaginado. Y todavía no tenemos armas contra él.

No solo afecta los pulmones con el síndrome respiratorio y neumonía, como se creía en un inicio, sino que afecta a múltiples órganos y sistemas; ocasiona coágulos en la sangre; infecta los tejidos del corazón, riñón, hígado, intestinos, y causa daños neuronales, inmunológicos y metabólicos, entre muchos otros.

Pero aún cuando se ignoraba su complejidad y letalidad, se desdeñaron los más elementales principios epidemiológicos y, desde un principio, fue minimizado por los burócratas mexicanos: “será como una gripe” o “será como la influenza”, sostenían.

A pesar de la tardía llamada de alerta de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el gobierno mexicano tuvo tiempo para prepararse ante la llegada de la pandemia. No se trataba de construir dos hospitales en dos meses como hizo China (aunque hubiera sido loable), sino de surtir de suficiente material de protección para el personal sanitario, y ventiladores y camas para las unidades de cuidados intensivos de los hospitales, pero no hubo anticipación, se reaccionó tarde cuando el problema empezaba a sobrepasar sus previsiones.

Con prisas, durante abril y mayo, funcionarios buscaban desesperadamente comprar ventiladores mecánicos y otros suministros por todo el mundo, y algunos lo hicieron con empresas codiciosas, como las del hijo de Manuel Bartlett.

Nunca hubo cursos de preparación para el personal médico ni protocolos de emergencia en las diversos hospitales del sistema de salud para enfrentar al nuevo patógeno. De ahí que más del 20% de los fallecimientos ha ocurrido entre personal que labora en las unidades hospitalarias del IMSS, ISSSTE, INSABI y otros; a la primera línea de fuego contra el SARS-CoV-2 se le dejó desarmada.

Contrario a lo establecido en los libros de texto básicos sobre epidemiología, en manuales sobre enfermedades emergentes y a las recomendaciones de la OMS, al gobierno federal mexicano nunca le interesó contener o mitigar la llegada del coronavirus a territorio nacional. “De todos modos llegará”, decía López-Gatell.

Contrario a lo establecido en los libros de texto básicos sobre epidemiología, en manuales sobre enfermedades emergentes y a las recomendaciones de la OMS, al gobierno federal mexicano nunca le interesó contener o mitigar la llegada del coronavirus a territorio nacional. “De todos modos llegará”, decía López-Gatell.

Algunas de las medidas mínimas para enfrentar los brotes epidémicos y pandémicos de enfermedades emergentes como la COVID-19 son: 1) Controles sanitarios; 2) Pruebas para medir dispersión y distribución en diferentes grupos poblacionales; 3) Mitigación (con aislamiento físico, uso generalizado de cubrebocas, medidas de higiene, etc.); 4) Respuesta médica (equipamiento de hospitales y entrenamiento de personal médico, etc.); y 5) Contraataque científico (desarrollo de medicamentos, tratamientos y vacunas).

En México no se establecieron puestos de control sanitario en aeropuertos, puertos, centrales de autobuses o cruces fronterizos, con el objetivo de identificar la llegada de personas contagiadas (nacionales o extranjeras) provenientes de otras partes del mundo. Tampoco se establecieron mecanismo para aislar a las personas sospechosas de estar contagiadas por el virus, ni identificar y aislar a aquellas con las que tuvieron contacto.

El 31 de marzo, cuando el Consejo de Salubridad General decidió declarar la emergencia sanitaria nacional en voz del canciller Marcelo Ebrard, apenas ese día, Hugo López-Gatell, anunció que se establecerían controles sanitarios en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (solo ahí). Sin embargo, esta medida fue aleatoria, insuficiente, infructuosa y prácticamente inexistente en el resto del país y también en el aeropuerto.

Los miles de mexicanos y extranjeros que llegaron antes y después de esa fecha provenientes de otras partes del mundo se extrañaban porque, a diferencia de los países de donde salían, aquí en México nadie los inspeccionaba.

Antes de declararse la emergencia sanitaria nacional ocurrieron los primeros fallecimientos por contagio comunitario: el 3 de marzo un hombre de 41 años, de quien no se reveló el nombre, acudió junto con otras 22 mil personas al concierto Ghost en el Palacio de los Deportes en la Ciudad de México, donde adquirió el coronavirus. Falleció 15 días después.

Ese mismo día, el Hospital ABC registró el fallecimiento de otro hombre de 40 años, quien había acudido al mismo evento musical.

El coronavirus tiene un periodo de incubación de entre 2 y 14 días; durante ese tiempo las personas con síntomas o sin ellas (asintomáticas) pueden dispersar el virus y contagiar a otras, sin saberlo. Ni los familiares o las personas que estuvieron en contacto con los primeros fallecidos fueron sometidos a pruebas de diagnóstico.

Tampoco se hicieron pruebas a las miles de personas que abarrotaron el autódromo el 14 y 15 de marzo para disfrutar del concierto Vive Latino. El policía Efraín Segundo Santillán, de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, estuvo de guardia durante el evento; ahí se contagió y murió días después de COVID-19.

Ya estaba en marcha el contagio comunitario y su dispersión en territorio nacional era un hecho, pero la burocracia sanitaria no lo admitió. A pesar de la dispersión interna, por instrucciones de la Secretaría de Salud, en los hospitales solo se atendía a las personas que tenían el antecedente de haber viajado al extranjero. Así ocurrió con Efraín Segundo, no fue atendido sino hasta que presentó un cuadro severo. Era demasiado tarde.

Contrario a lo establecido por la OMS y la comunidad científica internacional, en México no se hacen pruebas de diagnóstico como medida de control y mitigación en distintos grupos poblacionales y en las regiones más afectadas por el coronavirus.

Contrario a lo establecido por la OMS y la comunidad científica internacional, en México no se hacen pruebas de diagnóstico como medida de control y mitigación en distintos grupos poblacionales y en las regiones más afectadas por el coronavirus.

El exfuncionario calderonista y peñanietista, hoy morenista, Hugo López-Gatell, “no cree” en la información científica, pese haber estudiado un doctorado en la Universidad Johns Hopkins. Él mismo ha declarado en varias ocasiones que “al gobierno no le interesa saber cuántos mexicanos están contagiados”.

Para mitigar sus efectos es fundamental saber cómo se “distribuye” el virus, en qué grupos poblacionales afecta más, en cuáles sitios se presentan brotes importantes e incluso, para identificar a “superdispersadores”, entre muchos otros.

Esto ayuda a guiar las medidas públicas, como el control social, la distribución de mascarillas, la difusión de medidas de prevención y para establecer estrategias de atención hospitalaria. En nuestro país nada de esto ha existido, salvo el distanciamiento físico voluntario.

La máxima de “si no mides no controlas; si no controlas no diriges, y si no diriges no mejoras”, es más vigente que nunca en la implementación de estrategias sanitarias, pero la burocracia mexicana “no cree” en la ciencia.

El establecer el confinamiento voluntario nunca ha sido suficiente ante las pandemias que se han presentado a lo largo de la historia. México ahora lo confirma. Las más de 50 mil vidas perdidas lo constatan. Parecía extraño, por decir lo menos, escuchar constantemente al responsable de la prevención y promoción de la salud en el país esgrimir justificaciones económicas para no establecer el confinamiento obligatorio.

Era preferible el distanciamiento social obligatorio por dos o tres meses, como se hizo en China y Europa, que la infructuosa decisión de la burocracia sanitaria mexicana.

Estamos en agosto y no se le ve fin a la pandemia, en unos meses se juntará con la epidemia estacional de influenza. El brote de COVID-19 se mantendrá latente hasta el próximo año. Un solo brote durante un año entero, todo un récord.

Las medidas establecidas hasta ahora han resultado un rotundo fracaso y si el número de contagios y de muertes siguen al ritmo de hoy, superaremos con mucho esa cifra.

Ni siquiera una de las medidas básicas se ha establecido como obligatoria: el uso de cubrebocas y mascarillas. Pero la burocracia sanitaria sostiene falsamente que no hay pruebas científicas que demuestren la efectividad de los cubrebocas para reducir el número de contagios.

Hace dos meses, el científico Youyang Gu, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), realizó un modelo de proyección matemático para México y estimó que nuestro país podría llegar a más de 130 mil muertes por el coronavirus para septiembre.

Las medidas establecidas hasta ahora han resultado un rotundo fracaso y si el número de contagios y de muertes siguen al ritmo de hoy, superaremos con mucho esa cifra.

Es una tragedia que el presidente López Obrador no quiere ver.

No se quieren cambiar las medidas que ya han costado más de 50 mil vidas. El gobierno continuará con las conferencias llenas de retórica vacía. Persistirán los mismos hechos esperando resultados distintos, esto es, como lo decía Albert Einstein, la definición de la locura.

Pero todos sabemos, incluidos los más fervientes fanáticos del gobierno, que la pandemia de COVID-19 está incontenible y que la sociedad mexicana, principalmente los más pobres, no tiene un gobierno que se preocupe por ella y lamentablemente seguirán perdiéndose miles de vidas de mexicanos.

Columna publicada en MVS Noticias (mvsnoticias.com)

 

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