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jueves, abril 25, 2024
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México maquilará la vacuna contra COVID-19 que desarrolla la Universidad de Oxford

No es un producto mexicano, en su desarrollo no ha participado ningún investigador mexicano y tampoco “será producido por México”. La próxima vacuna contra la COVID-19 que desarrollan científicos del Instituto Jenner y el Oxford Vaccine Group de la Universidad de Oxford, Reino Unido, llamada ChAdOx1 nCoV-19, será fabricada por la farmacéutica británica-sueca AstraZeneca y maquilada en la planta de producción que desde hace décadas tiene la trasnacional en nuestro país.

Difundir la noticia para hacer creer que será un “producto mexicano” es tanto como decir que las televisiones Samsung o los autos Volkswagen son mexicanos porque se maquilan en territorio nacional. Pero en este caso es peor, ya que el antígeno o “compuesto activo” de la vacuna se producirá en Argentina.

Ni siquiera será la maquila completa. Usando el símil de los automóviles es como traer el motor de otro país y aquí solo se colocarían las defensas y las llantas.

Tampoco habrá transferencia de tecnología.

La pandemia que nos aqueja ha desnudado y exhibido la terrible dependencia científica y tecnológica ancestral de México, impulsada con vehemencia por los gobiernos prianistas y también por el actual. De ahí que no tenemos la capacidad tecno-científica para producir medicamentos ni vacunas mexicanas contra la COVID-19.

Compramos, usamos, consumimos, vendemos, distribuimos y, en el mejor de los casos, maquilamos (una parte) de los productos que los países avanzados –y sus empresas– descubrieron, idearon y desarrollaron con ciencia y tecnología.

Por lo menos, gracias al canciller Marcelo Ebrard seremos buenos compradores –parece que para que algo funcione en este gobierno él se debe hacer cargo– y el país podrá comprar una probable vacuna contra la pandemia que, para un país con más de medio millón de infectados y más de 55 mil fallecimientos, no es poca cosa.

Solo queda esperar que realmente funcione la ChAdOx1 nCoV-19.

Compramos, usamos, consumimos, vendemos, distribuimos y, en el mejor de los casos, maquilamos (una parte) de los productos que los países avanzados –y sus empresas– descubrieron, idearon y desarrollaron con ciencia y tecnología.

La vacuna británica

De acuerdo con el Panorama de las candidatas a vacuna contra COVID-19 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) del 10 de agosto, la inmunización que está desarrollando la Universidad de Oxford es una de seis que se encuentran en Fase 3 de experimentación clínica.

Hay otras 13 que se encuentran en Fase 2 y 11 más, en Fase 1 de ensayo clínico. En total, son 28 las candidatas a vacuna en pruebas clínicas con humanos. Otras 139 vacunas se encuentran en proceso de experimentación con células y animales.

Aún no se sabe cuál será la primera vacuna, pero probablemente alguna de estas seis se logrará a finales de este año, lo cual no significa que se obtendrá en ese momento, pues el proceso de producción tomará varios meses. Además, el procedimiento de compra-venta y su distribución tomarán varios meses más por lo que, probablemente, llegará a la sociedad, en el mejor de los casos, hasta mediados o finales de 2021, pero podría tardar un poco más.

La vacuna ChAdOx1 nCoV-19 de la Universidad de Oxford se encuentra en ensayo clínico Fase 3 con 50 mil personas.

El equipo de científicos de la Universidad de Oxford, encabezado por Andrew J. Pollard, del Departamento de Pediatría, comenzó a trabajar en el desarrollo de la vacuna en enero. En febrero ya tenía identificada la información genética del virus que se utilizaría para la vacuna; en marzo, llevó a cabo sus pruebas en animales (roedores y monos), y en abril inició sus ensayos en un grupo de más de mil personas sanas de entre 18 y 55 años de forma controlada y aleatoria.

A diferencia de la presunta vacuna rusa (Sputnik V), sobre la británica ChAdOx1 nCoV-19 hay mucha información especializada publicada en revistas científicas internacionales y en su página web (https://covid19vaccinetrial.co.uk/) se informa sobre los avances paulatinos de los experimentos que sustentan la vacuna.

En un artículo publicado el 20 de julio en la revista The Lancet –una de las más importantes en el campo biomédico a nivel internacional–, se informan los resultados de los ensayos clínicos de Fase 1 y 2 llevados a cabo entre el 23 de abril y el 21 de mayo, en mil 77 voluntarios, quienes recibieron la vacuna ChAdOx1-S nCoV-19 y una vacuna de placebo.

Los resultados arrojaron pocos efectos secundarios graves y una fuerte respuesta inmunológica con células T (glóbulos blancos que atacan a las células infectadas con el virus SARS-CoV-2) 14 días después de recibir la vacuna; también se generaron anticuerpos después de 28 días (los anticuerpos neutralizan el virus para que no infecte las células cuando invaden el organismo).

Los participantes que recibieron la vacuna por inyección intramuscular tenían anticuerpos neutralizantes detectables, y después de una dosis de refuerzo se incrementó aún más su presencia.

En los resultados de esta fase los científicos señalan que fue segura, tolerada e inmunogénica mientras que las reacciones secundarias se solventaron con paracetamol. “Una sola dosis provocó tanto respuesta de inmunidad humoral como respuestas celulares contra el SARS-CoV-2 y con un refuerzo la inmunización incrementó la cantidad de anticuerpos neutralizantes”.

A diferencia de la presunta vacuna rusa, sobre la británica ChAdOx1 nCoV-19 hay mucha información especializada publicada en revistas científicas internacionales

En junio iniciaron la tercera fase del ensayo clínico, que es cuando se llevan a cabo pruebas masivas en diversos grupos poblacionales, en este caso se está probando en 50 mil personas en Brasil –un grupo de 2 mil brasileños participa en él desde hace dos meses– Estados Unidos, Reino Unido y Sudáfrica, y el objetivo es saber si es posible prevenir la infección del coronavirus de forma segura y efectiva.

En esta etapa se expone a los voluntarios al coronavirus real y se comparan las tasas de infección entre las personas que reciben la vacuna y las de grupo de control que solo reciben placebo. Se espera que a fines de noviembre se concluya esta etapa.

La Universidad de Oxford contó con recursos económicos del gobierno británico y llevó a cabo un convenio con la empresa farmacéutica trasnacional AstraZeneca para la producción de la vacuna a gran escala, una vez que se obtenga, y que llamarán AZD1222.

La vacuna ChAdOx1 nCoV-19 se utiliza el gen que produce la glicoproteína “S” que es la que forma las espigas o espinas –que le dan la apariencia de corona– que son usadas por el virus para engancharse e invadir las células humanas.

¿Cómo funciona la vacuna?

Habitualmente, producir una vacuna suele tomar entre cinco y diez años, o incluso décadas, pero contra la COVID-19 se podrá tener una vacuna tan solo un año después de que surgiera el nuevo patógeno. Todo un récord.

A inicios de enero se publicó la primera secuencia genética del coronavirus, y hasta ahora hay más de diez mil genomas descifrados. Su material genético está conformado por una cadena simple de ácido ribonucleico (ARN) que tiene menos de 30 mil pares de bases o “letras” de longitud (conformado por adenina, guanina, citosina y uracilo).

La nueva vacuna no utiliza un virus atenuado como suele usarse en técnicas convencionales usadas hasta ahora, sino una pequeña parte de ese material genético del virus SARS-CoV-2, concretamente de su ARN mensajero (ARNm), la molécula de ácido ribonucleico que “comunica” la información genética y determina el orden en que se unen los componentes moleculares del coronavirus, incluidos aquellos que usa para invadir a las células humanas o las que usa para replicarse y multiplicarse dentro de ellas.

En el caso de la ChAdOx1 nCoV-19 se utiliza el gen que produce la glicoproteína “S” que es la que forma las espigas o espinas –que le dan la apariencia de corona– que son usadas por el virus para engancharse e invadir las células humanas y que usa como “puerta de entrada molecular” a un receptor que se encuentra en la superficie de las células humanas llamada enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2).

Pero la vacuna solo usa la proteína espiga, no lleva ninguna otra información genética del coronavirus, por lo que es prácticamente inofensiva. Para llevar ese gen de la proteína S a las células humanas se utiliza otro virus como vehículo o como vector. Se trata de un adenovirus de chimpancé modificado genéticamente y también inofensivo.

Este componente genético de la espiga del coronavirus funciona como antígeno que, al ser expuesto a las células humanas, genera una respuesta del sistema inmunitario del organismo humano que lo reconoce y produce anticuerpos contra él.

De esta manera, cuando el organismo se expone al virus real, las células inmunitarias de la persona vacunada identifican la proteína espiga y están preparadas para combatirlo.

La idea de fabricar vacunas de ácido nucleico o “genéticas” ya sea con ADN o ARN no es nueva, tiene más de 30 años, pero nunca había salido de los laboratorios experimentales. Hasta ahora.

De hecho, de las 167 vacunas que actualmente se encuentran en experimentación, más del 85% son de este tipo de vacunas de nueva generación y prácticamente todas se llevan a cabo en países desarrollados que cuentan con la infraestructura tecnológica y los recursos humanos especializados para producirlas.

Ojalá que México empiece cuanto antes a generar ese capital humano y material que se requieren para producir las vacunas que se necesitarán en un futuro y tratar de dejar de ser solo un país comprador y maquilador de tecnologías.

Publicada en MVS Noticias (mvsnoticias.com)

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