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domingo, abril 28, 2024
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El sistema que debería desaparecer

La búsqueda de reconocimiento, honores, gloria… La ansía por un descubrimiento importante para hacerse de un gran nombre y eclipsar con su brillo el de sus rivales y conseguir, por fin, la alabanza de sus semejantes… Cercanía con el poder para ejercer algunas migajas de él o, por lo menos, recibir sus favores y convertirse en una celebridad…

Estas frases son parte de las luchas y vicisitudes que enfrentaron los grandes sabios del Siglo de las Luces (el siglo XVIII), el de los enciclopedistas Maupertuis, D’Alembert, Montesquieu, Réaumur, Diderot, Voltaire, Rousseau, Quesnay, Daubenton entre muchos otros, recogidas y analizadas en Las pasiones intelectuales obra magistral en tres volúmenes de Élisabeth Badinter, editados por el Fondo de Cultura Económica donde las academias francesas, principalmente la de Ciencias, tuvieron un papel principal.

Ahí se señala que Denis Diderot se refiere de esta manera al gran matemático y filósofo alemán Gottfried Wilhem Leibniz para describir a los intelectuales de su época: “Es un ser al que le gusta meditar; es un sabio o un loco, como usted prefiera, que hace infinito caso de la alabanza de sus semejantes, que goza del sonido del elogio como el avaro goza del sonido de una moneda…”.

A casi tres siglos de distancia éstas continúan siendo las grandes pasiones intelectuales de nuestros científicos y sabios, a las que habría que agregar una más: la riqueza.

Esta semana se ha modificado el reglamento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), pero en esencia se mantiene igual. Este sistema es un programa de política científica que cumple casi cuatro décadas orientada fundamentalmente a reconocer el trabajo de los científicos e intelectuales mexicanos.

En realidad se trata de simples cambios cosméticos y eufemísticos que no resuelven ni se enfocan en el problema de fondo, que es la formación de una comunidad científica robusta y de calidad acorde con las necesidades del país y, además, en la modificación al reglamento del SNI se reincide en pretender evaluar la labor científica con “rigor epistemológico”, o sea filosófico, y no con rigor científico. Con esto pretende dejar huella una de las administraciones más erradas en la historia del Conacyt.

La mayoría de los mexicanos no lo sabe, pero hace 37 años una medida de emergencia que pretendía evitar la fuga de cerebros del país se convirtió en una de las políticas públicas prioritarias en materia de ciencia. El SNI se creó en julio de 1984, en medio de una de las múltiples crisis económicas que experimentó el país en el último tercio del siglo XX.

Su objetivo fue crear un sistema a través del cual los científicos e intelectuales se evaluaran y se reconocieran a sí mismos pero, además de brindar honores y alabanzas entre semejantes (o pares), el pueblo mexicano les paga extra por dedicarse a hacer su trabajo a través de una especie de becas, para que los investigadores tengan suficientes recursos para dedicarse de tiempo completo a llevar a cabo sus investigaciones y no tener que irse a trabajar a otros países o de taxistas.

Sin embargo, a 37 años de distancia, se ha fracasado sistemáticamente en evitar la fuga de cerebros. Un ejemplo es que en los últimos 5 años se han formado con recursos públicos más de 20 mil doctores en ciencias, de los cuales casi ninguno ha sido contratado (de tiempo completo) en México, para dedicarse a la investigación. La mayoría se va a trabajar al extranjero y otros se quedan en el país a trabajar en lo que pueden (fuga de cerebros interna).

Tan solo en Estados Unidos, de acuerdo con la Unesco, hay 300 mil mexicanos de gran talento con estudios de posgrado fugados, esto es diez veces más que los 30 mil integrantes del SNI, cuya edad promedio ronda los 60 años.

En México no hay lugar para sus jóvenes talentos.

No se han creado universidades, centros de investigación o institutos tecnológicos de gran nivel que les den cabida. Las cien universidades gansito de la 4T no contemplan, ni por error, su contratación para la docencia y la investigación.

Para lo que sí ha servido el SNI es para complementar el salario de los investigadores que destinan cuando menos 20 horas a la semana a realizar actividades de investigación. Sus cinco categorías: Candidato, Nivel I, 2, 3 y Emérito (que se mantienen) brindan recursos suficientes para dedicarse a esta actividad. De hecho, los investigadores mexicanos son los mejor pagados de América Latina. Los 30 mil integrantes del SNI reciben buenos salarios y viven bien.

Pero hay dos problemas con este “complemento salarial”, el primero es que se basa en “complementos” o “tortibonos” tanto del SNI como de becas de las propias instituciones. Cuando un investigador se quiere jubilar solo reciben beneficios basados en su salario base que es el equivalente a una tercera, cuarta o quinta parte de su ingreso y por ello nadie se jubila. 

El segundo, es que el 80% de los investigadores del SNI pertenecen a instituciones públicas y en ellas no existen plazas (porque el gobierno no quiere que existan) de tiempo completo para los jóvenes; tienen que esperar a que otro muera y se libere alguna plaza.

Pero la cantidad de investigadores en México es ridícula: Para un país de 126 millones de habitantes hay 2.4 investigadores por cada 10 mil habitantes. Hay más payasos que científicos por habitante.

El potencial científico del país está muy lejos del tamaño de su economía (15 del mundo), y la inversión del sector privado en el sector es mínima, casi inexistente en términos reales. De nada sirvieron las carretadas de miles de millones de pesos que se otorgaron a fondo perdido a grandes empresas mexicanas y trasnacionales en supuestos apoyos a la innovación durante los pasados tres sexenios.

El SNI sí ha servido como mecanismo de reconocimiento para recibir y otorgar las alabanzas entre semejantes, basado en un sistema de evaluación que lejos de reconocer las verdaderas aportaciones al conocimiento y al desarrollo, se basa en la contabilidad de publicaciones en revistas especializadas sin importar la calidad y sin importar la contribución real de cada autor. Un sistema de evaluación que es más bien un sistema de recuento o de contabilidad de, fundamentalmente, publicaciones (esto se mantiene igual).

Pero básicamente el SNI ha servido como mecanismo de control. El científico es el sector más disciplinado, callado y miedoso del país. También es el menos solidario: nunca los científicos se han manifestado en contra de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, contra la inseguridad, los feminicidios o las erradas decisiones frente a la pandemia. ¿Será miedo o simple indiferencia por lo que ocurre en México?

Históricamente el SNI ha servido para callar y controlar, y lo sigue haciendo. Aquellos que se quejan o critican no son bien evaluados, no son promovidos y, por lo tanto, sus ingresos no se ven recompensados. Por ello, los investigadores temen opinar o criticar las políticas públicas; por ello, los investigadores temen alzar la voz, salvo contadas excepciones (Drucker, Paredes, Laclette) como en el caso Lazcano, quien fue expulsado de un comité de evaluación por “quejarse” públicamente. Apenas, desde hace dos años pequeños grupos, principalmente de estudiantes y técnicos de centros de investigación se han atrevido a protestar por recortes presupuestales, pero solo son golondrinas…

El Sistema Nacional de Investigadores no debería existir más. Una medida emergente no debería ser una política pública permanente. Solo en México y Venezuela (que copió este modelo) existe tal cosa.

El SNI es un programa surgido en un sistema político basado en la corrupción, el control corporativo antidemocrático, sin libertad de expresión. Una política que funcionó muy bien a la “dictadura perfecta” y a la imperfecta.

En el resto del mundo los científicos reciben sus sueldos decorosos en sus propias universidades, centros de investigación y empresas. Ahí se determina la libertad académica y de investigación. Ahí se garantiza su libertad de expresión.

México requiere una comunidad científica que realmente contribuya a la búsqueda de nuevos conocimientos y que participe en la solución de sus problemas con base en la ciencia y la tecnología.

La COVID-19 ha demostrado que el SNI es incapaz de servir al país para enfrentar la crisis sanitaria ocasionada por la pandemia. ¿Dónde están los científicos mexicanos? La mayoría están callados, disciplinados, incluso algunos se prestan a la farsa de la llamada “vacuna mexicana” que solo existe en el nombre y en la demagogia política. Los que se atreven a criticar son vilipendiados y denigrados.

México necesita una comunidad científica que se sacuda de una vez por todas el yugo del SNI, que salga de una vez por todas de la jaula de oro anacrónica que impide un verdadero impulso a la ciencia y la tecnología.

Ya han pasado 37 años y cabría preguntarse ¿cuánto tiempo más los científicos están dispuestos a seguir recibiendo solo las alabanzas de sus semejantes, disfrutar de las migajas del poder, convertirse en celebridades, mantener su estatus económico y continuar con un sistema que desde hace muchos años debió desaparecer?

Versión actualizada de la columna publicada en diciembre de 2019 

 
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