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La reapertura de escuelas en tiempos pandémicos

Luis, periodista mexicano, y su esposa, se infectaron de COVID-19 a mediados de 2020; su hijo de 5 años acudió a la fiesta de un amigo de preprimaria, cuyo papá se había infectado de coronavirus unos días antes. El niño se infectó y contagió al hijo de Luis, pero como en la mayoría de los casos de COVID-19 infantil, el cuadro de los pequeños fue asintomático.

Rara vez ocurren complicaciones devastadoras que conduzcan a enfermedades graves, hospitalizaciones o muertes entre niñas y niños por el coronavirus. Un estudio publicado en agosto en la revista JAMA Pediatrics demostró que los niños son 3 veces menos susceptibles a la infección, más propensos a ser asintomáticos y menos proclives a ser hospitalizados y morir. Sin embargo, pueden dispersar el virus y contagiar a otras personas. Así se contagiaron Luis y su esposa.

Por esta razón, la mayoría de los países en todo el mundo suspendió las actividades escolares presenciales como medida para enfrentar la pandemia de COVID-19 durante 2020, sin embargo, para este año hay países que ya han reabierto actividades escolares y otros se preparan para hacerlo en el próximo otoño, cuando se espera otra ola pandémica.

En México, a pesar de los altos niveles de contagio (ayer hubo más de 700 muertos y más de 6 mil 600 nuevos contagios), un grupo de escuelas privadas han desafiado las decisiones de mantener cerradas las instalaciones escolares.

Si bien en nuestro país se mantienen sin abrir las escuelas desde el nivel preescolar hasta el universitario, antes de una reapertura muchos son los factores que deben considerarse y la experiencia internacional nos puede dar muchas lecciones de lo que se debe y se puede hacer para evitar la multiplicación de los casos.

La experiencia de Suecia es muy ilustrativa: durante los primeros meses de 2020 los grados equivalentes a la escuela secundaria se mantuvieron abiertos, mientras que los de bachillerato cerraron y llevaron a cabo sus actividades en línea.

Una comparación de padres con hijos en estos niveles, publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, demostró que hubo consecuencias limitadas para la transmisión general del virus, pero la tasa de infección se duplicó entre los profesores de secundaria en comparación con los de bachillerato. Asimismo, la tasa de infección entre las parejas de profesores de secundaria fue un 30% más alta que entre sus homólogos de bachillerato.

Si bien la gravedad de los síntomas de la enfermedad entre los propios estudiantes es limitado, según su edad, el riesgo de infección entre los padres de los escolares fue un 17% más alto entre aquellos cuyos hijos asistieron a la secundaria en lugar de los que tomaron clases en línea de bachillerato.

En el estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Uppsala, encabezados por Helena Svaleryd, también se compararon los riesgos de infección entre los profesores de secundaria y bachillerato, y se encontró que el riesgo de infección confirmado por PCR y tratamientos por COVID-19 se duplicó al mantener las escuelas abiertas.

Asunto complejo

En México, de acuerdo con el Censo poblacional de 2020, el porcentaje de habitantes entre los 0 y los 14 años se redujo respecto a otras décadas. Aún así  hay más de 33 millones 300 mil mexicanos en ese grupo de edad.

Casi una cuarta parte de los mexicanos está en edad escolar desde preescolar hasta la secundaria, lo cual indica que la posible vacunación pediátrica tendría beneficios tanto directos, para proteger a las propias niñas y niños –contra casos raros de COVID-19 grave y enfermedades postinfecciosas como el síndrome inflamatorio multisistémico–, como indirectos, al proteger a los demás, incluidos sus padres y profesoras, al reducir la propagación del coronavirus.

Así que proteger a los niños contra la infección por SARS-CoV-2 es tanto una obligación ética como una necesidad práctica. Pero hasta ahora no se han probado las pocas vacunas existentes en menores de 16 años. Tampoco hay muchos ensayos pediátricos sobre las inmunizaciones.

El mantener las escuelas cerradas tiene muchas consecuencias profundas en los niños y niñas como el impacto académico, mayor dependencia a la hiperconexión digital y numerosas necesidades sociales insatisfechas.

De acuerdo con un informe titulado Impacto y respuestas de COVID-19 en la salud mental en países de ingresos bajos y medios: reinventar salud mental global, publicado recientemente en la revista The Lancet, los cierres prolongados de escuelas tienen un efecto profundo en la salud mental de niñas, niños, adolescentes y adultos jóvenes en todo el planeta.

Aparte de los importantes beneficios académicos de la escolarización, las escuelas tienen un papel esencial en la formación del bienestar mental de los jóvenes al proporcionar un espacio estructurado y supervisado para el desarrollo socioemocional, redes de amistad y apoyo social, protección contra conductas de riesgo y trabajo de explotación, retrasos en el matrimonio y la maternidad precoces. Los especialistas observaron un marcado aumento de los síntomas de depresión y ansiedad.

Para reabrir las escuelas

Para reabrir las escuelas se requiere ajustar y mejorar en muchos aspectos que dudo que en México se puedan llevar a cabo, por ejemplo, se necesita una infraestructura adaptada para realizar pruebas rápidas generalizadas en sus instalaciones. Algo que no se ha llevado a cabo en ninguna parte del país, ya que el responsable de “la lucha” contra la pandemia en México, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell no “cree” en su utilidad.

Estas pruebas son fundamentales para detectar casos asintomáticos que representan entre el 30% y 40% de todos los casos. En el peor de los escenarios, se podrían priorizar las pruebas en niños sintomáticos en cada escuela.

En países como China, Japón, Taiwán y Vietnam se llevan a cabo diversas medidas como el control de la temperatura de los estudiantes al entrar y salir de las escuelas y contar con espacios en clínicas cercanas en caso de fiebre u otro síntoma. Por otro lado, cuando se detecte un caso positivo debe manejarse de manera cuidadosa para evitar la estigmatización e impedir el acoso y la agresión escolar.

Otro aspecto que, lamentablemente, no se puede dar en nuestro país es que no se puede garantizar que los niños y niñas vayan y regresen de la escuela de forma segura. Se tendría que utilizar transporte privado siempre que sea posible. El transporte público es uno de los sitios de mayor incidencia para las infecciones por COVID-19. Mantener la sana distancia y la ventilación adecuada del transporte público es prácticamente imposible.

Dentro de las escuelas se deben establecer medidas de seguridad para limitar al máximo el movimiento de los alumnos. Para ello, se podrían alternar las clases presenciales y en línea. En Alemania se alternan un día presencial y otro en línea.

En Israel y Japón se han escalonado los tiempos de llegada al campus. Las escuelas en Noruega redujeron el tamaño de los grupos a solo 15 estudiantes y están utilizando aulas desocupadas para maximizar el distanciamiento físico, algo también improbable en nuestro país, por la precariedad de las instalaciones y el elevado número de alumnos.

Aunque puede obstaculizar ciertas actividades escolares, la mayoría de los países alientan entre los estudiantes el uso de cubrebocas o mascarillas mientras se encuentran en la escuela. Como es sabido y contraviniendo la evidencia científica, en México no se ha establecido el uso de cubrebocas de forma generalizada.

Una vez en clase, los niños pueden permanecer en la escuela durante el día mientras los maestros rotan. En Dinamarca se han cerrado temporalmente espacios compartidos, como bibliotecas, gimnasios y cafeterías; en otros países han demarcado áreas de juego para disuadir a los estudiantes a mezclarse más de lo necesario.

Esto también es algo complicado en México: en las instalaciones se requiere establecer delimitaciones de distanciamiento social de bancas, escritorios o mesas de cafeterías, ya sea con láminas transparentes, cristales o simplemente con espacio. También se requieren desinfectantes a base de alcohol dentro de las aulas y tener agua y jabón en los baños, para el lavado de manos periódico. En promedio, de acuerdo con el Instituto Nacional de la Infraestructura Física Educativa, el 23% de las escuelas de educación básica del país carecían de agua, el 45% no tiene drenaje y el 3% de energía eléctrica, en 2019.

Asimismo, las instalaciones tienen que ser desinfectadas y limpiadas al menos una vez al día por personal que toma precauciones de protección, especialmente las manijas de las puertas, interruptores de luz, así como muebles, objetos y muros muy tocados.

A todos estos aspectos se debe sumar el hecho de que aún se ignora el tiempo de protección inmunológica que proporcionan las vacunas, quizá 6, 8 o 12 meses. Lo cual implica una protección temporal. Al mismo tiempo se debe estar al tanto de la manera en cómo va evolucionando el virus, las nuevas mutaciones, variantes y cepas del coronavirus son más resistentes a los efectos de las vacunas o de los anticuerpos de quienes ya han padecido la enfermedad. Esto implica que el riesgo de reinfección se incrementa conforme se van dispersando las nuevas variantes, especialmente la sudafricana y brasileña.

En algunos países se han orientado a una reapertura gradual donde las mismas escuelas deciden qué grupos deben asistir primero. En Dinamarca y Noruega comenzaron con escuelas primarias, mientras que en Alemania abrieron el último año de secundaria.

Pero a final de cuentas los alumnos y sus padres son quienes pueden tomar la decisión de llevar al hijo a la escuela o permanecer en casa con clases en línea.

Como puede verse, el regreso a clases es un asunto muy complejo que debe ejecutarse de manera adecuada para evitar el repunte de la pandemia a través de contagios de hijos a padres como ocurrió en el caso de Luis y su esposa.

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