En febrero pasado cuando la enfermedad COVID-19 aún no tenía nombre y el nuevo coronavirus conocido como 2019-nCoV se extendía por toda China y en otros 12 países, un grupo de prestigiosos científicos del Instituto de Virología de Wuhan y del Instituto de Farmacología y Toxicología de Pekín, encabezados por Zhengli Shi, publicó la primera referencia científica sobre la efectividad del uso de medicamentos derivados de la cloroquina.
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!En ensayos con células humanas infectadas por el virus, los investigadores señalaron que la cloroquina, al ser alcalina, bloquea al virus al elevar el nivel de pH del cuerpo y evita que las proteínas espiga en el exterior del coronavirus se unan con el receptor de la célula humana que usa como puerta de entrada para invadir las células llamada enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2). “Frustra este proceso llamado glicosilación”señalaron.
La investigación publicada en en la revista Cell Research, sostiene que la cloroquina estimula el sistema inmunitario, lo que indirectamente aumenta la capacidad del cuerpo para combatir al virus y proporciona protección en dos etapas: antes y después de que la célula se infecte, por lo que puede usarse como profiláctico.
Este compuesto y sus derivados como la hidroxicloroquina han sido utilizados desde hace años en el combate contra la malaria o paludismo, la artritis reumatoide y lupus, entre otros padecimientos.
Desde hace unas semanas se encuentra en la palestra médica, sobre todo a raíz de que el presidente estadounidense, Donald Trump, sin bases científicas ni médicas concluyentes, ha admitido que se automedica con hidroxicloroquina y ha promovido su autoconsumo casi como una “cura milagrosa” contra la pandemia.
Ante la urgencia de contar con tratamientos, medicamentos y vacunas contra la COVID-19 se han llevado a cabo varias investigaciones para analizar el efecto de las cloroquinas que han arrojado resultados contradictorios, que en otras circunstancias hubieran requerido análisis y pruebas más profundas de mediano y largo plazos.
Algunas de ellas señalan que no se ha probado su efectividad contra el coronavirus y que puede producir efectos secundarios riesgosos como arritmias cardíacas. Otras, indican que pueden tener un efecto inhibidor del virus y antiinflamatorio, sobre todo en etapas iniciales de la enfermedad.
Estos compuestos fueron obtenidos hace cientos de años de la corteza de los árboles Cinchona en Perú, donde los indígenas la utilizaban en su medicina tradicional para tratar la fiebre y el escalofrío. En el siglo XVII, fue introducida a Europa como Quina, donde se empezó a usar contra la malaria; pero no fue sino hasta el siglo XX que la empresa Bayer extrajo la cloroquina a la que llamó Resochin, pero debido a su alta toxicidad fue casi olvidada.
Durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno estadounidense la aplicó como medicamento contra la malaria que, junto con varios de sus derivados es ampliamente utilizado contra esta enfermedad parasitaria que cada año ocasiona la muerte de 500 mil personas, principalmente en África.
La investigación más polémica en torno a estos compuestos fue publicado el pasado 22 de mayo en la revista británica The Lancet, una de las más prestigiosas en el campo biomédico, y del cual los autores y editores se tuvieron que retractar.
El estudio llevado a cabo por Mandeep R. Mehra, de la Escuela de Medicina de Harvard; Sapan S. Desai, de la Corporación Surgisphere; Frank Ruschitzka, del Hospital Universitario de Zurich; y Amit N. Patel, de la Universidad de Utah, sostiene que tras un análisis de 96 mil 32 pacientes infectados por SARS-CoV-2, cuya edad media fue de 53.8 años, 46.3% mujeres, de 671 hospitales en seis continentes, descubrieron que el tratamiento con cuatro compuestos de cloroquina (cloroquina sola, cloroquina con un macrólido –un antibiótico–, hidroxicloroquina sola o hidroxicloroquina con antibiótico), arrojó una amplia mortalidad hospitalaria, así como la aparición de arritmias y fibrilación ventriculares.
Sin embargo, hubo varios aspecto que llamaron la atención de esta investigación, en primer lugar, la base de datos tan amplia, de hecho masiva, que uniformiza a los pacientes sin importar el país y la calidad de la atención recibida; otro fue la información de más de 4 mil 400 pacientes de países africanos, lo cual despertó la suspicacia de investigadores externos al estudio.
La base de datos utilizada pertenece a la empresa Surgisphere, propiedad de uno de los cuatro autores del estudio, Sapan Desai, quien ante una revisión de pares independiente que pretendía evaluar el origen de los elementos de la base, confirmar su integridad y replicar los análisis, se negó a transferir la información argumentando que se violarían los acuerdos de los clientes y los requisitos de confidencialidad.
Ante esta negativa, los otros tres autores, Mehra, Ruschitzka y Patel, retiraron el artículo y se retractaron en una carta enviada a The Lancet: “no podemos seguir garantizando la veracidad de las fuentes de datos primarios”, dijeron.
El 2 de junio, los editores de la revista expresaron su preocupación: Se han planteado importantes preguntas científicas sobre los datos reportados en el artículo Hidroxicloroquina o cloroquina con o sin macrólido para el tratamiento de COVID-19: un análisis multinacional. “Aunque está en curso una auditoría independiente sobre la procedencia y validez de los datos encargada por los autores no afiliados a Surgisphere, cuyos resultados se esperan muy pronto, estamos emitiendo una expresión de preocupación para alertar a los lectores sobre el hecho de que preguntas científicas serias han llamado nuestra atención. Actualizaremos este aviso tan pronto como tengamos más información”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) que lleva a cabo el ensayo global Solidarity que busca probar medicamentos y tratamientos terapéuticos, incluidas las cloroquinas, decidió suspender las pruebas con estos compuestos. Cabe recordar que este ensayo global además de analizar la hidroxicloroquina o cloroquina está probando otros tres tratamientos: remdesivir, un antiviral utilizado contra el Ébola; el interferón, y lopinavir/ritonavir, dos antirretrovirales usados contra el VIH.
Tras la retractación, Tedros Adhanom secretario general de la OMS, informó que el ensayo Solidarity había decidido retomar todos sus ensayos clínicos con hidroxicloroquina a pesar de las dudas existentes sobre este fármaco. “El comité independiente ha revisado los datos de mortalidad asociada al fármaco y no ha encontrado razones para no continuar con el ensayo, por lo que el comité ejecutivo de la OMS ha dado orden de retomarlo”.
Sin embargo, el pasado 4 de julio la OMS interrumpe las pruebas con hidroxicloroquina y con lopinavir/ritonavir en Solidarity toda vez que “producen poca o ninguna reducción en la mortalidad de los pacientes hospitalizados con COVID-19 en comparación con la atención estándar”.
De acuerdo a un comunicado del Comité Directivo Internacional de Solidarity, esta decisión se aplica solo a la realización al ensayo global en pacientes hospitalizados y no afecta la posible evaluación en otros estudios en pacientes no hospitalizados o como profilaxis previa o posterior a la exposición al coronavirus, y anunció que los resultados provisionales se están preparando para su publicación en un artículo científico revisado por pares.
Como muchos otros aspectos relacionados con la lucha contra la pandemia de COVID-19 las mejores herramientas con las que cuenta la humanidad son la ciencia y la tecnología, y con esta historia se constata que como en toda actividad humana la ciencia no está exenta de errores o incluso de fraudes, pero cuenta con un mecanismo que le permite corroborar y comprobar los resultados y procesos de las investigaciones: la revisión, el análisis y la replicación de pares.
En conclusión, la efectividad del uso de las cloroquinas contra COVID-19 solo será respondida con más investigación científica.
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